Música ¿Para qué?

Cada forma de expresión artística tiene su estructura y su manera de entenderse. Algunas de ellas se observan sobre volúmenes y texturas, algunas otras en sus gamas y sutilezas e incluso las hay que se entienden a través de su movilidad y explosión, y es ahí donde la música tiene su papel entre la pasión y los sonidos. Una forma de expresión intrusiva que, de estar presente, simplemente se embebe por los oídos para hurgar en el interior.

Estando ahí, blanco seguro de las notas que husmeaban mi alma, me pregunté si, cuando Bach interpretaba aquello su público sentía algo similar a lo que recorría mis venas. Parecía lógico pensar que sí, parecía lógico entender el argumento de los sonidos sin la necesidad real de un contexto. Pero aquello no resultaba algo común; a diferencia de la pintura, la escultura y tantas otras formas artísticas, lo que yo entendía directamente sobre los sonidos se encontraba en un plano que no dejaba de mantenerse en lo etéreo, quizá tan volátil como la vida pero en su versión recurrente y repetible.

La traducción sobre lo profundo vertido en sonidos armónicos. Notas del interior, quizá; música del alma.

Muchas son las artes que he aprendido a amar. Incluso, en ocasiones aún sueño con trazos y texturas. Los colores, los movimientos, el incomparable arte de la escena y los juegos rebuscados de las palabras en un poema, cada una de las expresiones vive en una realidad que radica en las profundidades de la esencia; y la música existe ahí.

A tantos años vista, la vida es tan volátil como arbitraria. Si acaso un par de elementos perduran por sobre el tiempo; sin embargo, todo acaba.

El otro día fui a un concierto de música de Bach. Tomé mi tiempo para llegar puntual y me encontré con mi soledad, buena amiga de mis pasos. La música, nuestro pretexto, como tantas veces se ha visto.

A media luz tomó su papel el primer violín para marcar el argumento y a punta de batuta comenzó el sonido. Pocos acordes fueron necesarios para que me diera cuenta de la trascendencia de esas melodías. El tiempo se había hecho inmóvil a la par de un metrónomo que daba estructura a las notas. Y entre todo eso Bach se encontraba atento sobre su sonar.

Fue ahí que lo conocí un poco, y estoy seguro que él también atendió mi presencia.

De la música he aprendido a la par de un metrónomo que se ha dado el placer de desbordarse ante cualquier intento de intrusión acústica. Amigos del alma se han mostrado en la versatilidad de su expertise musical dando colores a lo profundo, y mis sueños se han convertido en realidades, de tantas formas y con tantos contextos, que me resulta complicado entender el mecanismo que produce tal efecto en mi. El papel de las armonías se ha convertido en un fenómeno tal que hoy me incita a escribir historias, una tras otra, para limitarme ante una explosión segura.

No lo sé de cierto, pero da la apariencia de que la música es capaz de platicar con lo más profundo; con esos resquicios alma que contienen al movimiento y al destello. Un rasgueo, una nota, una percusión, un vibrar, un aliento, todo llega para desbordar los recuerdos, estremecer el alma y excitar al corazón. Los dolores se reviven y, en casos, se alivian, los amores se acarician entre suspiros que los lleva a volar por el tiempo y el espacio, y recuerdos perduran a la par de un piano con sabor a vino tinto y esmeralda. Cada instante estalla, cada uno a su modo y con la prudencia adecuada, cada uno a través de un silencio acústicamente acompañado.

Uno puede conocer a una persona a partir de su música, uno puede permitirse el recuerdo a partir de la música, uno puede dejarse soñar a partir de la música, uno puede vivir a través de la música.

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